jueves, 10 de diciembre de 2015

2008


En el 2003 yo todavía estaba en la secundaria. Tenía 16 años y ya para esa época me había sometido a varias humillaciones públicas, una por defender al comunismo que mis amigos impugnaban, otra por sostener en una asamblea del colegio que quizás la crisis del 2001 no tenía como culpable solamente en De la Rúa. Si lo pienso ahora, seguro que repetía un poco de oído lo que decían mis viejos.
En 2006 empecé la facultad, veníamos de dos años plenos de kirchnerismo, pero esa palabra -kirchnerismo- no estaba todavía de moda. Empecé a militar en una agrupación independiente, un poco a imagen y semejanza de aquellas que habían fundado Kicillof en económicas y Recalde en derecho, conglomerados de chicos (en su mayoría egresados del buenos aires y del pellegrini) que no encontraban lugar en ningún partido. De esta casta social, nos fuimos como 30 de viaje a Cuba en el verano del 2006 al 2007. Los cubanos pensaban que Kirchner era todo un revolucionario, y los chicos militantes les respondíamos que no, que había cosas que estaban bien, pero que todo estaba lejos de la revolución en la Argentina. Me acuerdo que una de nosotras tuvo un affaire con uno de derecho que tiraba más a kirchnerista, “estuve con un peronista”, contó, como si se tratara de un exotismo.
En la agrupación independiente (enActo) todo era maravilloso, si hiciéramos un background familiar de sus integrantes, veníamos de la izquierda, de la derecha, del radicalismo, del “peronismo sensible”, como lo llamaba un amigo, pero no nos importaba para nada; se trataba sobre todo de competirle a los troscos, que habían hecho de la política algo horrible y completamente cerrado, excluyente y elitista. Nos fue bastante bien, aunque yo no me ahorré la angustia de que la gente me considerara de derecha (ahora, debo decir, me resbala). Es que se trataba de Filosofía y Letras, un amigo peronista (ahora kirchnerista, seguramente) de derecho que nos había venido a apoyar nos dijo “este es otro mundo”.  Pero seguimos adelante y yo aprendí a bancarme un poco más los insultos, que es un poco aprender a hacer política. Veníamos bien, pero en 2008 nos sorprendió algo inédito, algo que marcó el fin de nuestro grupo, pero también de amistades muy profundas. El conflicto del campo marcó el fin de la socialdemocracia kirchnerista, en la que todos vivíamos bajo el paraguas de sentirnos libres de decir “está bien este gobierno, pero no tanto”. Nunca antes nos habíamos quedado hasta las tres de la mañana mirando una sesión en el Senado, fue en ese segundo que las aguas se dividieron para siempre, entre los que se alegraron y los que se entristecieron. En la agrupación produjimos nuestro último documento, en un esfuerzo encomiable, pero fútil en definitiva, era el intento por encontrar posiciones comunes. Se llamaba, el artículo, “De Vacas y Tambores”. Pese a todo, lo difundimos con bastante convicción, pero no logramos evitar que fuera el último documento que firmáramos como enActo. Es curioso porque si me pongo a revisar las historias de otros grupos, 2008 es el fin de muchos de ellos, la revista Punto de Vista, por ejemplo, y también el Club de Cultura Socialista, que son ahora mi objeto de estudio.
Me acuerdo que por esa época fui a una reunión de trabajo, alguien sacó el tema del campo y preguntó a los que estábamos ahí qué pensábamos. Sentí por primera vez que si quería surfear la ola tenía que matizar mis palabras. No es que quisiera mentir, pero me sentí en territorio minado. Dije que me parecía que el conflicto había tomado dimensiones más grandes de las que debería haber tenido; me miraron con desconfianza, era obvio que no estaba del lado del gobierno. Uno de mis mejores amigos, del grupo de peronistas sensibles, se fue a estudiar afuera; un día me dijo que quería estar en Argentina para vivir lo que estaba pasando en el país, yo no lo podía entender, ya para esa época habíamos dejado de comunicarnos como antes.
Creo que el día en que murió Néstor más amigos se sumaron al llanto colectivo que no compartí de la misma manera. Era 2010 y ya habían pasado los dos primeros años de intensidad que se extenderían por mucho tiempo más. Me acuerdo de tener que justificarme otra vez: “obviamente que no me alegra que se haya muerto, pero tampoco es como si fuera un familiar”. Todavía se podía ser un poco opositor sin ser gorila, de hecho, varios amigos que no se animaban del todo adoptaban directamente la fórmula sabatellista de “kirchnerismo crítico”, muy en boga en esos días.
Yo diría que ya en los últimos años la intensidad se fue, directamente, al carajo. Como ya no se podía decir (más o menos sensatamente) que Cristina daba buenos discursos, se decía que era linda, que “no leía”, que incluso se trataba de un proyecto y no de Cristina. Empecé a recibir acusaciones de anti patria (ya la de “sos gorila” me resbalaba también), de que no me definía, de que era tibia o que intelectualizaba mucho. O la fórmula genial de “te pregunto porque me parece que sos una mina inteligente…”, como si fuera un “sos casi inteligente, te falta bancar el proyecto”. ¡Qué halago, compañeros!
Muchos dicen que vivieron 12 años felices, yo creo que todo empezó, en realidad, en 2008, que esos 12 años fueron 7. Buenísimo que pudieran creer, pero yo no creí, y no me voy a quejar ni a decir que la pasé mal. Los viví como lo que conté acá. Y tuve momentos de mierda y momentos buenísimos pero, realmente, no tuvieron nada que ver con la política argentina.